viernes, 15 de mayo de 2015

Hubo un cuarto y Sweetha

El 24 de febrero volví por cuarta vez a la India. A poca gente le he explicado que fue un deseo solicitado en uno de esos rituales, en los que tan poco confío, de fin de año. Unos cuantos anhelos para el 2015 que lancé al fuego, esperando (con poca confianza en el hecho en sí y mucha en el deseo en mí) que alguno se cumpliera. Uno de ellos era volver a la India por tercer año consecutivo.

La petición tomó forma de la mejor de las maneras. En Enero (qué rápido que me lo devolvía el fuego!), una de mis mejores compañeras de viaje y de vida, Noemí, me insinuó un viaje de larga distancia común (lo habíamos hecho otras muchas veces) y pactamos el destino: La India! La conjunción del destino y la compañía era un regalo.

Eran pocos días, pero no importaba. El viaje en avión, con escala incluida, era de unas 11 horas.
En los últimos años ha habido días en los que he trabajado más, así que sentarme en un avión, por ansiedad que me genere, para llegar al experimento profundo de mi estado emocional,  ni que sea unos días, bien merecía la pena.

El plan fue volver a la Fundación. Estuvimos allí unos días. Volví a Rachavarapalli para volver a compartir un rato con  Sweetha y su familia, que después de varias visitas, ya se muestran acostumbrados. Te vas de aquella casa de 25 escasos metros cuadrados, sin tabiques, ni camas, ni baños. Ni armarios, porque apenas tienen el que guardar. Y todo son sonrisas,  y cánticos, y miradas inocentes y de gratitud. Y colores en la paredes y su mandala bien hecho y bonito. Y ellas con sus saris (la que puede) y sus jazmines en las trenzas ,y ellos con sus lunguis repetidos, gastados y roídos.

Y todos descalzos, no sé si por falta de recursos o por placer, o por esa sensación de enraizamiento  a la tierra, que sientes cuando te descalzas en pavimento natural. Como colgado de la tierra y que me hace pensar irremediablemente  en  INERTE , de Piratas.

Te vas de allí, y por unos minutos, sientes cierta indolencia por tu vida, por tu estilo de vida. Por suerte es pasajero y consigues positivizarlo todo, con un "chute" de energía que te dura meses. O casi.

Cuando pienso en Sweetha y Rachavarapalli parece que se me pasan las quejas somáticas y emocionales del primer mundo.